Queridas hermanas, queridos hermanos en la fe, familiares y amigos de los padres, Javier y Joaquín César. Hoy que celebramos, como dije al principio, a San Luis Gonzaga, un joven jesuita que entregó su vida al servicio de los enfermos a causa de la peste en Roma. Estamos aquí reunidos para celebrar la vida entregada de dos hermanos nuestros, también jesuitas: Javier Campos y Joaquín Mora.
En Joaquín y en Javier descubro una característica de San Luis Gonzaga y que nos muestra el Evangelio que proclamamos hace un momento. La curiosidad que tuvieron los discípulos de Juan el Bautista para ir detrás de Jesús. Joaquín y Javier, siendo adolescentes con San Luis Gonzaga, descubrieron a Jesús y sin dudar se fueron tras él, como si le preguntaran «¿Maestro, dónde vives?»
Y Él, Jesús, los invitó a seguirlo, a conocerlo. Llevados de la mano por el método de San Ignacio de Loyola, que dejó tanto en los Ejercicios como en las Constituciones. Y una vez que le conocieron, ya no hubo regreso. Se quedaron con él y ellos muy bien recordaban la hora. Como San Luis Gonzaga fueron aprendiendo que la vida, como nos dice San Pablo, se vive para Cristo, q21ue al elegir seguir a Jesús, ya no vivimos para nosotros mismos, sino para el Señor. Y este morir en Cristo para vivir para Cristo conlleva una ofrenda. Como dice la primera lectura, un continuo entregar la propia vida, dejando que la voz de Dios que resuena en la realidad nos impacte entre lo más profundo de nosotros y nos lleve a un compromiso con la vida, a un compromiso con las personas que nos rodean, sobre todo los más necesitados, como lo vivió San Luis Gonzaga, que no se dejó amedrentar por el miedo a infectarse, sino que su compromiso lo llevó hasta dar la vida en el servicio a los contagiados.
El que nuestros hermanos ofrendaron su vida con un martirio en defensa y por proteger a un hermano, no era nuevo para ellos, lo fueron viviendo en el día a día de una manera callada, en la escucha de las necesidades de los indígenas y mestizos de la Sierra Tarahumara. También Joaquín, en la escucha y presencia sencilla entre pescadores y al mismo tiempo entre adolescentes del Instituto Cultural Tampico, ofreciendo su vida, Joaquín y Javier buscaron estar como lo aprendieron, muy bien de San Ignacio de Loyola, disponibles para atender y cumplir la voluntad de Dios. Y esta disponibilidad, unida a la oración, a la Eucaristía, fueron propiciando en ellos la capacidad de transparentar a Jesús resucitado. Pues todos quienes se acercaron a ellos pudieron encontrar consuelo y paz. Pidamos al Señor, por intercesión de San San Luis Gonzaga en esta tarde, que tengamos la curiosidad de buscar a Jesús para ver dónde vive, para que estando con Él y siguiéndole, podamos crecer en un conocimiento interno que nos haga capaces de buscar transparentar a Jesús en nuestras vidas, en nuestros encuentros, en nuestras relaciones, para que, transparentando, podamos construir un México como Dios lo sueña y como lo comunicó Nuestra Señora de Guadalupe; un hogar seguro en donde todos nos experimentemos, hermanos, nos experimentemos una sola familia y por esto seamos capaces de cuidar y de protegernos unos a otros. Que así sea.
José Francisco Méndez Alcaraz, S.J.