Misa del 11 de junio de 2023. Develación de pintura “KETI IBÁPARI: NUESTROS PADRES”

11 de junio de 2023

Hay una frase de San Ignacio, el fundador de los jesuitas que dice:

“Hacer todo como si sólo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios”

 

Esta frase podría resumir, en gran medida, las lecturas que hemos escuchado hoy. Por un lado, el profeta Oseas nos habla de esforzarnos por conocer al Señor y tendremos la seguridad de que Él bajará como lluvia fresca. Al conocer al Señor, conocemos su sentimientos y vemos su acción cercana y amorosa. Además, descubriremos por qué Él desea amor y no sacrificios. Su justicia es distinta a lo que nosotros entendemos, quiere la vida, no la muerte ni la venganza. Conocerle internamente provoca cercanía, amor y comunión con otras y otros, especialmente con aquellas personas que son muy diferentes a nosotros. Porque lo diferente nos cuestan más trabajo, pero ahí, en ellos, está la presencia viva de Dios. Además, Jesús nos viene a mostrar cómo Él se acerca a quien más lo necesite y a todo tipo de personas.

 

Cuando nos aproximamos a Dios con la conciencia de que todo depende de Él, vamos reconociéndole en los gestos más sencillos y su presencia es como agua que refresca ante la sequedad y ante el calor insoportable de nuestros problemas. Dios quiere que le conozcamos para poder conocernos a nosotros mismos, porque el criador tiene un sueño, un anhelo con cada una de sus criaturas, quiere decirnos cómo nos piensa, qué desea que hagamos y cómo vivir. Cuando nos acercamos a Dios recibimos respuestas, consuelo, misericordia, comprensión y posibilidad de salir de nosotros mismos. A esto también se le llama salvación, que es lo que respondimos en el salmo “Dios salva al que cumple su voluntad”, y parte de su voluntad es que pidamos la fe suficiente para poder estar con Él, para buscarle con la confianza de que ha de llegar y su presencia cercana nos salvará.

¿De qué nos salva Dios?

 

En el contexto actual podemos decir nos salva de nuestras soledades, de descubrirnos viviendo en una megalópolis con 35millones de habitantes y sentirnos solos. Y nos salva porque nos hace compañeros, su presencia nos posibilita a salir al encuentro de las otras personas y vivirnos en comunidad. Nos salva de vernos distorsionados a nosotros mismos, de estar insatisfechos con quiénes somos, frustrados, ansiosos y nos posibilita a vernos como Él nos ve, con amor y esperanza. A cada una/o nos salva de nuestras obscuridades, miedos, fantasmas porque nos conoce bien.

 

Pero para vivir esta salvación, es necesario el esfuerzo de ponernos delante de Él y crecer en la fe, creer que Dios puede abrirme la mente y el corazón, como le pasó a Sara y a Abraham, creyeron en la promesa de Dios, en el sueño de Dios para ellos y para su pueblo. Oraron con fe, creyeron, hicieron lo que les correspondía sabiendo que todo depende de Dios. Ellos estaban destinados a dar vida, así como nosotros también estamos destinados a dar vida  y esperanza.

 

Ahora, esforzarnos por buscar a Dios parece muy complejo, pero reconozcamos que la iniciativa viene de parte de Él. Él nos llama siempre, esto es lo que desde el equipo de Vocaciones Jesuitas le decimos a los jóvenes que se acercan a nosotros, Dios es quién te ha llamado, no tengas miedo. Y Dios nos llama a todas/os de distintos modos para vivir la vida cristiana, pero siempre como sus compañeros, para ser sus amigos, para aprender su modo de amar y servir. Muchas veces falta reconocer que no importa la situación en la que nos encontremos, nos sintamos dignos o no, pecadores o santos, impuros o pulcrísimos, Él es quien ha decidido llamarnos, como a Mateo quien era considerado indigno. Es importante decir que a nosotros no nos corresponde juzgar o dudar del corazón generoso de Dios, pues Él tiene una mirada que muchos de nosotros no alcanzamos a comprender,  “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos (…) aprendan lo que significa yo quiero misericordia y no sacrificios”. Misericordia, primero hacia nosotros mismos/as, para después mostrarla a las/os demás.

 

Y si nos sentimos llamados a estar con Dios, respondamos con generosidad y gratitud, no seamos ingratos a sus deseos, porque nos quiere con Él. Y nos quiere para que sirvamos, y podamos ser vida para otras/os.

 

Respondamos, pues, hoy mismo a su llamado, como lo hicieron nuestros hermanos mártires Joaquín y Javier, así como muchos otros misioneros que decidieron entregar su vida, junto con laicas y laicos, mucha gente haciendo el bien, haciendo las cosas como si dependieran de ellos, sabiendo que todo depende de Dios.

 

Para terminar, quiero compartir con ustedes que en Agosto del 2022, tuve la oportunidad de ir a Cerocahui, a la Parroquia de San Francisco Javier y conocer el lugar donde habían sido asesinados nuestros hermanos jesuitas. Pude sentir tristeza y dolor, pero lo que más me conmovió fue la fe de la gente, en las personas del lugar vi la vida que mis hermanos habían  dejado en muchas comunidades indígenas. Los rarámuris me decían, mire padre, Javier me trajo la fe, bautizó a todos mis hijos, él era mi amigo. Nos llevó a la Basílica a conocer a nuestra madre la Virgen de Guadalupe cuando estábamos jóvenes, fuimos muchos desde aquí de esta comunidad, muchas horas de viaje y él nos acompañó, siempre nos acompañaba, siempre se preocupaba por nosotros y caminó la Sierra para estar cerca sin importar las distancias ni el clima. Ellos eran como nuestros papás, viendo cómo podíamos crecer mejor nosotros y luego nuestros hijos y nuestros nietos. Javier, muchas veces, sólo comía pinole y tomaba agua para aguantar las caminatas.

 

Hermanas/nos, eso es entregar la vida, lo que hicieron estos jesuitas es esforzarse por creer y saber que todo depende de Dios. Eso es vivir la vocación a la que somos llamados, es ser compañero, amigo y pastor.  Nosotros somos llamados, desde donde estamos, a vivir con esta misma fe nuestra vocación, agradecidos por todo el bien que vamos recibiendo de parte de Dios.

 

Les invito a sentirse llamados, a que pidan que la fe crezca, a que encuentren y sigan la vocación de ser Compañeras/os de Jesús desde los lugares que ustedes habitan y haciendo cuerpo con las personas que conviven, sabiendo confiadamente que todo depende de Dios.

—David Israel Ortiz Ruiz, S.J.