Homilía a los 6 meses de Cerocahui. Javier Ávila A., SJ

20 de diciembre de 2022

Templo del Sagrado corazón de Jesús en Chihuahua, Chihuahua

Lo comentaba en días pasados durante la eucaristía en memoria del señor Francisco González y lo recuerdo de nuevo: hoy nos ha convocado la vida, no la muerte; la lucha por la justicia, no la aprobación de la injusticia; la verdad, no la mentira; el amor y el perdón, no el odio ni la venganza.

Ya se suman seis meses de promesas, de ofertas, de reuniones e intercambio de opiniones, de operativos y movimiento de fuerzas armadas…, y la justicia ante los lamentables homicidios sigue sentada en el balcón viendo pasar promesas, operativos y ofertas.

Les acabo de compartir la palabra de los jesuitas que estamos en tarahumara, manifestando nuestra preocupación por la ausencia de justicia, por el miedo y la incertidumbre que no se ausentan de Cerocahui ni de la región.

También escuchamos la palabra de dios que es mucho más fuerte y exigente que la nuestra, esa palabra en boca del profeta Isaías, no en nuestra boca, para que no nos señalen de utilizar el altar como tribuna política para incitar a la rebelión.

Igual que Isaías, recordamos también a otro profeta que apareció en palestina, profeta original e independiente que provoco un fuerte impacto en el pueblo. Fue muy molesto por sus palabras, pero fiel a la misión: preparar la llegada de quien iba a ofrecer otra opción de vida diferente a la que se practicaba.

Profeta original porque no predicaba en Jerusalén como todos. Él lo hacía en el desierto, a la orilla del Jordán, espacio desolado en donde se aprende a depender de dios y a confiar en Él.

Espacio en donde no llegan las oraciones del templo ni el bullicio de sus alrededores.

Fue una voz nueva, un sonido de esperanza para un pueblo cansado de injusticias, mentiras, promesas…

Hoy también la humanidad parece cansada de luchar por una sociedad mas justa, mas digna. Hay sentimientos de impotencia y desengaño. Pocos, poquísimos son los que creen (creemos) en las promesas y ofertas partidistas. Parece que se vive sin proyectos.

Pero no podemos vivir sin esperanza.

Cuando la esperanza se apaga nos empobrecemos, nos destruimos, dejamos de ser humanos.

Así como la esperanza se asoma en la lectura de Isaías (fuerte, comprometida): “vengan, discutamos”, dice el señor. “aunque sus pecados sean como el rojo mas vivo, se volverán blancos como nieve”,

Así también esta época navideña, tan lamentablemente desfigurada, superficial, manipulada, consumista, nos regresa la esperanza.

Y hay que recuperar su verdadero sentido.

Hay que recuperar la historia y la memoria de la llegada de Jesús como novedad, con gestos nuevos de bondad: toca leprosos, cura enfermos, come con pecadores y prostitutas. Escandaliza y hasta lo acusan de meterse en política.

Inspirados y animados por él, seguiremos levantando la voz para exigir justicia y poner fin a la vergonzosa impunidad. 

Insisto, no va bien la estrategia de seguridad. Los abrazos están en el imaginario de palacio; los balazos están en la vida de la sierra.

No podemos callar (Jesús nunca callo). El pueblo rarámuri nos ha enseñado a resistir. Queremos paz en el país. No queremos ni miedo ni incertidumbre.

La memoria de nuestros hermanos asesinados nos dice que, si es posible vivir tal vez a contrapelo de lo establecido, como vivió Jesús que no buscaba su propio interés, sino la felicidad para todos.

No predicaba: “felices los justos y piadosos, porque recibirán el premio de dios”. Tampoco decía: “felices los ricos y poderosos, porque cuentan con la bendición de dios”.

Su grito era desconcertante y molesto para muchos: “felices los pobres, porque dios será su felicidad”.

Javier y Joaquín supieron vivir con poco, confiando siempre en dios, construyendo una iglesia pobre.

Supieron vivir con los sufridos, los que viven con corazón benévolo y clemente, como un regalo para este mundo lleno de violencia.

Supieron vivir con los que lloran porque padecen injustamente sufrimientos y marginación. Con ellos se puede crear un mundo más fraterno y solidario.

Supieron vivir con quienes tienen hambre y sed de justicia. Los que no han perdido el deseo de ser más justos ni la voluntad de hacer un mundo más digno.

Supieron vivir con los misericordiosos, los que saben perdonar en lo hondo de su corazón, los que viven movidos por la compasión, con un corazón de carne y no de piedra para construir un mundo (el “reino” le decimos nosotros), un mundo arropado por la paz y no la discordia, la reconciliación y no el enfrentamiento…, hasta que sus vidas les fueron arrebatadas.

Fueron asesinados sirviendo. Se llevaron sus vidas, pero nos dejaron la memoria para seguir resistiendo, la fuerza para seguir caminando en la sierra, y la dignidad para seguir hermanándonos con otras y otros.

 

Ellos ya descansan en paz. Nosotros seguiremos con nuestra opción de ser servidores de la fe y promotores de la justicia, y de esta manera buscar «en todo amar y servir»00.