Homilía. Misa a dos meses del asesinato de nuestros hermanos en Cerocahui

22 de agosto de 2022

XXI Domingo de tiempo Ordinario

Queridas hermanas, queridos hermanos:

En la Autobiografía, San Ignacio nos comparte la experiencia siguiente: En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole [Au 27]. Traigo esta experiencia de San Ignacio porque, como cada libro de La Biblia, las lecturas que escuchamos hoy nos ofrecen algunas pinceladas de ¿cómo es Dios?; y hoy la segunda lectura nos ofrece una nota desde la cual podemos sacar mucho fruto al reflexionar la primera y el Evangelio.

La lectura de la carta a los hebreos nos presenta a Dios como un padre que enseña a sus hijos, como un maestro de escuela y esto nos ayuda a entender un poco el modo de ser de Dios con nosotros.

¿A qué nos invita esta imagen de Dios como educador? Nos estimula a aceptar y acoger la invitación que Dios nos hace a través de su Palabra, de los signos de los tiempos que aparecen en la realidad, de Jesús y del testimonio de personas que nos muestran cómo desea Dios que vivamos.

Una característica de estas enseñanzas es que nos sorprenden, es decir, nos despiertan del adormecimiento y la comodidad en la que estamos cuando sentimos y nos conformamos con decir: “no soy malo”, “no me meto con nadie”, “más o menos cumplo con lo que establece la Iglesia” …

Y aquí aparecen los mensajes de la primera lectura y del evangelio diciendo: no te confíes, porque puede ser que aquellas personas a quienes condenabas por su modo de pensar, sentir y vivir sean las que, finalmente, son invitadas al banquete del Reino y tú no.

Y ¿por qué, quienes decimos ser cristianos, bautizados, vivir según las leyes de Dios y de la Iglesia, podríamos quedar excluidos? Porque, como dice el evangelio, el Reino no es cuestión de privilegios sino de esfuerzo y constancia en el caminar al encuentro continuo con Dios en la realidad, en las personas, en las Criaturas; porque, podemos creer que cumpliendo ciertas normas o exigencias – como el hermano mayor en el pasaje del Hijo Pródigo – recibiremos una recompensa, pero no somos capaces de mirar, admirar y agradecer lo que Dios nos regala, cómo nos abraza a través de detalles que otros pueden tener, a través de las Criaturas… y, por lo mismo, nos incapacitamos para amar con entrega y a hacer el bien a las demás personas.

Dice la carta a los hebreos, estas correcciones o exhortaciones, como las que Jesús hace en el trozo del Evangelio de hoy puede ocasionarnos tristeza, desazón, sin embargo, hemos de tomarlas con sabiduría, no se nos hacen para que nos sintamos mal, sino – que el Señor desaprueba ciertas actitudes, palabras y comportamientos – para que nos corrijamos y podamos crecer en humanidad, fraternidad y justicia delante de Él y de las demás personas.

Y aquí hago un paréntesis al respecto de lo que acabo de decir. A veces cuando somos corregidos, sentimos que la otra persona nos rechaza, juzga nuestra persona; sin embargo, las lecturas de hoy nos enseñan que no es así, que la corrección es para que aprendamos una lección; que lo que se juzga son nuestras acciones. En este caso, lo que busca Dios es corregir, que aprendamos una lección y por lo tanto busca animarnos a crecer, a ser mejores en el amor y en la entrega.

Podríamos pensar en que es imposible vivir las exigencias del Evangelio y conforme a la Voluntad de Dios, sin embargo, Jesús nos presenta algunos testigos que nos muestran que – si nos esforzamos, si nos disponemos y ejercitamos, si nos fiamos de Dios –, es posible: Abraham, Isaac, Jacob, quienes dan testimonio de que es posible vivir conforme a los valores y sueños de Dios para su Creación y la Humanidad. Y como saben, para ninguno de los tres fue fácil vivirse en fidelidad a Dios: Abraham el padre de la fe, dudó algunas veces y fue reprendido por Dios; Isaac, también tuvo sus caídas y dudas, sin embargo, ante las invitaciones de Dios buscó cambiar y renovó su alianza con Él; lo mismo sucedió con Jacob. Y, a esta lista breve podemos agregar muchísimos más, como San Pedro, San Pablo, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, el Padre Miguel Agustín Pro… sin olvidar a otros como Javier y Joaquín que murieron dando testimonio de entrega amorosa, hace dos meses. Estos testigos y mucho otros experimentaron cómo Dios los iba conduciendo, enseñando, como un maestro.

Antes de terminar no quiero dejar de aludir a la Oración Colecta que reconoce que Dios busca unir en un mismo sentir los corazones de todos, nos sentimos hermanas y hermanos, por esto es fundamental solidarizarnos con quienes sufren y en nuestra patria y en el mundo hay pueblos que siguen sufriendo.

Hoy se cumplen dos meses del doloroso asesinato de nuestros hermanos Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar y seguimos exigiendo a los tres niveles de gobierno justicia y seguridad para la Sierra Tarahumara, ya que sigue presente el miedo y la incertidumbre en la población. Han pasado 62 días y vemos como se recrudece la violencia y se siembra el terror en diferentes partes de México. Estamos convencidos que sin una voluntad de justicia no permeará la reconciliación y la paz.

Han pasado casi ocho años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y la noticia que han dado a sus padres, en días pasados, es desoladora para ellos y para quienes los conocieron.

El pueblo de Nicaragua vive un clima angustiante por violaciones a derechos humanos, detenciones arbitrarias y represión.

Si, como dice la oración colecta, tenemos un mismo sentir no podemos dejar de sentir irritación, frustración, dolor y tristeza que han de movernos a mostrarnos solidarios y a, por lo menos, orar por todos ellos.

Pidamos al Señor y Buen Dios que nos dejemos sorprender día a día, para que despertemos de la modorra y comodidad de sentirnos seguros de nuestra propia salvación y que nos sintamos interpelados a buscar amarlo y a servirlo más y más en nuestros hermanos y hermanas más vulnerables y en aquellas personas donde nos cuesta más encontrarlo. Así sea.