Querido Martín, gobernador de Cerocahui. Demás gobernadores que están aquí presentes con nosotros. Queridos hermanos y hermanas rarámuri y rarómari. Queridos fieles mestizos que están presentes y aquellos que nos siguen a través de la televisión, de radio y de las redes sociales. Queridos hermanos de la Compañía de Jesús. Padre Luis Gerardo, queridos sacerdotes diocesanos y religiosos de aquí, de nuestra diócesis de Tarahumara. Queridas hermanas religiosas. Queridos sacerdotes que vienen de fuera y nos acompañan en este momento. Maestra María Eugenia Campos, nos da mucho gusto tenerla entre nosotros, porque sabemos iglesia y gobierno vamos a sacar adelante no solamente a nuestro estado sino a nuestra nación. Queridas autoridades civiles que también nos acompañan, especialmente usted, Ariadna Montiel, representante del Presidente de México. Gracias por estar aquí con nosotros. Don Juan Carlos, gracias por también estar aquí. Cuerpos de seguridad, don Gilberto Loya y todos los que no solamente en estos días, sino que hacen un esfuerzo por mantener la confianza y la esperanza en nuestras comunidades. Periodistas y comunicadores. En estos momentos de tristeza y dolor permítanme que me dirija a ustedes en un lenguaje sencillo para que todos puedan entender y entender lo que verdaderamente nace de mi Corazón de Pastor. Amigo y hermano de ustedes, hago unas palabras que sirvan de homenaje a estos tres grandes hombres que han entregado su vida por Cristo y su evangelio. Padre Javier, padre Joaquín y el señor Pedro, a quien no tuve la fortuna de conocer, pero que ha tenido la dicha de mezclar su propia sangre con de estos sacerdotes.
Padre Javier, padre Joaquín, gracias por sus 50 años de entrega como sacerdotes, 50 años de Eucaristía servicio de los pobres más pobres, por habernos transmitido tanta fuerza dentro de su sencillez, por haber sido un ejemplo vivo de Jesús de Nazaret. Padre Gallo, gracias porque el testimonio de tu entusiasmo que siempre nos supiste transmitir con ese «kikiriki» que nos despertaba y nos comunicaba el Espíritu Santo y que verdaderamente nos alegraba y nos hacía ver la transparencia de tu corazón y la entrega creciente de tu vocación. Hoy, al darte cristiana sepultura, queremos decirte que ha sido una gran dicha para nuestra diócesis de Tarahumara el haber tenido, el haberte tenido como sacerdote y guía de tanta gente en el peregrinar de la fe, la esperanza y el amor. Padre Gallito, sabes que siempre admiramos tu sencillez, tu capacidad de escucha, esa mente y corazón que sabía retener con un don especial nombres, lugares y el corazón sobre todo de las personas que tuvieron la fortuna de conocerte y tratarte. Admiramos y quedará en nuestros recuerdos los cansancios y ese deseo de llegar hasta los últimos rincones para llevar una palabra de aliento, de fe y esperanza, para llevar una vida material que por más sencilla que pareciera, era una ayuda grande para quien más la necesitaba. Admiramos tu espíritu aventurero que no importando tu comodidad y seguridad, se lanzó a aprender la lengua rarámuri y rarómari para tratar de llegar al corazón tanto del hombre mestizo como de la persona indígena, a quienes tanto amaste, al grado de ser el padre, el amigo, el hermano, el compadre, el padrino de tanta gente que veía en ti el rostro de ese Dios que camina entre nosotros y que a través del las buenas acciones reflejabas su amor, misericordia y comprensión. Admiramos lo que fue cada parte de tu vida y cada misión que se te confió. Yo en lo particular quiero darte gracias por tu disponibilidad en cada favor que te pedía y en cada encomienda que te di como Pastor. Ser mi vicario por más de tres años en la Pastoral Indígena. Responsable de las Comunidades Eclesiales de Base. Miembro de la Comisión de Pastoral. Nuestro representante en la Comisión Episcopal para los pueblos Originarios y afroamericanos, etc. Verdaderamente admiramos tu fe, tu entrega a Dios en tu ser jesuita. Toda la diócesis de Tarahumara nos alegramos contigo, con tu entrada triunfal al cielo. Te queremos y por eso reconocemos todo lo que hiciste por la gente más necesitada del cariño y del amor de Dios. Lo que reflejabas en cada una de tus acciones cuando servías sin ningún otro interés que conquistar corazones para ese Dios Padre con corazón de Madre.
Y tú, padre Joaquín que con cariño siempre te dije «Joaquis«. ¿Qué hablar de ti? Si tú mismo carisma personal fue la sencillez, la humildad y la entrega generosa a quien fuera y lo necesitara. Si fuiste de esas personas que no necesitaron reconocimientos para hacer las cosas y hacerlas bien y con amor. ¿Cómo no recordar cuando te doblaste para que tu espalda sirviera de escritorio para firmar un convenio que hicimos con las religiosas Esclavas de la inmaculada niña? Que hoy están aquí y trabajaron contigo y con el padre Javier, hondo en esta hermosa parroquia y que también sufrieron el angustioso momento cuando partieron a la Casa del Padre, tú, Javier y Pedro. ¿Cómo no sonreír cuando aquí, en este lugar y en el festejo de tus 50 años, no quisiste que te quitaran el pastel de la cara para hacer sonreír a los niños y hacerte como uno de ellos? ¿Cómo no hablar de tu preocupación para que todo estuviera en orden en las celebraciones y oficios que se te encomendaban? Me fue imposible describir todo lo bello que platican de ti todos los que te conocieron y te conocimos. Y aún más, te admiramos.
Señor Pedro, que ya fuiste honrado por tu familia y amigos para ser sepultado y resucitado al final de los tiempos. ¿Qué decir de ti? Solamente lo que expresaba anteriormente, por los planes misteriosos de Dios eres compañero de martirio de estos santos sacerdotes y seguramente que esto el Padre celestial lo tomará en cuenta para recibirte en tu Reino eterno. Pasen siervos buenos y fieles, a gozar de la felicidad que les tienes preparada su Señor. Y a ustedes, queridos hermanos y hermanas, especialmente padre Chucho, diácono Esteban, Esclavas de la Inmaculada Niña, Hermanas Siervas del Corazón de Jesús y de los pobres que han visto este Calvario acompañando a Cristo encarnado en estos hermanos nuestros.
Y a todos ustedes. Cocinera, secretaria que de cerca estuvieron en esos acontecimientos, a ustedes que de lejos nos han acompañado durante todos estos días de tristeza, de dolor, de esperanza y paz. Les quiero recordar lo que ya platicamos, que la muerte de nuestros hermanos no ha sido en vano. Desde la fe eso lo sabemos de sobra, su muerte y esa esperanza de vida para todos nosotros. Algo bueno, muy bueno, más útil va a surgir, va a suceder eso que tantas veces cantamos junto con el Gallito y con Joaquis. «Habrá un día en que todos a levantar la vista veremos una tierra de paz y libertad». Y dice la estrofa: «también será posible que esta hermosa mañana. Ni tú, ni yo, ni el otro lleguemos a ver. Pero habrá que forzarla para que pueda ser». Y con martirio estos hermanos nuestros seguramente que forzarán que nuestra patria recobre la paz, esa justicia y esa libertad que anhelamos todos, hombres y mujeres de buena voluntad.
Un «hasta aquí a la violencia e impunidad». Un alto a las fuerzas del mal que se disfraza con piel de oveja para arrancar de nuestras vidas esos valores humanos y cristianos que tanto nos ha repetido el Papa Francisco: la fraternidad, la amistad social, la inclusión, la sinodalidad, el espíritu de comunión, etcétera. La muerte de estos hermanos nuestros debe de ser para todos un gran motivo de esperanza para la reconstrucción del tejido social y la igualdad de oportunidades para todos y todas. Los y las invito a que no echemos culpas, juzgando y señalando como lo hacían los escribas y fariseos en tiempos del Señor Jesús, sino asumir cada uno nuestras propias responsabilidades. Ciertamente, siendo críticos, cuando nuestras autoridades toman decisiones equivocadas, participativos cuando se nos oyera, valientes ante la verdad a la que nos confronta el Evangelio, todos somos ciudadanos y connacionales, no éramos mexicanos contra mexicanos. Como cristianos, católicos o de alguna otra creencia hoy, más que nunca tenemos que estar unidos como pueblo y autoridades. No caigamos en el error, en el juego de la polarización. Todos somos mexicanos y debemos permanecer en comunión aún en nuestras diferencias ideológicas. Recordemos que el Evangelio nos dice que un reino dividido va a morir. Respeto y asistencia; caridad y firmeza. Diferencias, pero unidad crítica; crítica, pero para construir. Solo así podemos superar la gran crisis de rompimiento del tejido social que estamos viviendo en nuestro amado México.
Que la Santísima Virgen de Guadalupe, Patrona de nuestra diócesis de Tarahumara, que siempre acompañó el ministerio de estos hermanos nuestros, bendiga su sangre derramada y por este y en este bendito lugar donde fueron bautizados. Y Dios que los plantó para florecer, ahora los ayude y nos ayude a llegar a dar fruto que perdure hasta la vida eterna. Así sea.
—Mons. Juan Manuel González Sandoval
Obispo de la Tarahumara